El estrés y la crisis
Cada vez más personas padecen de insomnio. Según las encuestas nacionales de salud, hasta casi un 35% de la población reconoce algún trastorno del sueño. La causa más frecuente, puntualiza Terán Santos, «no es la enfermedad sino el déficit de sueño inducido por el ritmo de vida actual, los horarios de trabajo, los turnos, hábitos inadecuados como la lectura en las tabletas antes de acostarse...». En las últimas décadas, «hemos reducido en un 20% el tiempo que dedicamos a dormir. Vivimos en una sociedad más exigente, con más estrés, preocupaciones, la crisis...», explica Hernando Pérez, coordinador del Grupo de Estudio de la Vigilia y Sueño de la Sociedad Española de Neurología (SEN).
Todo un caldo de cultivo que ha favorecido el "preocupante" aumento del consumo de fármacos que ayudan a dormir. El uso de ansiolíticos (Orfidal o Valium) en España ha incrementado un 57% desde el año 2000 al 2013. El consumo de hipnóticos (como el Lexatin o Stilnox) ha aumentado un 30% en el mismo periodo. "Hay un exceso de medicación", remarca el neurofisiólogo Puertas. Según datos de la Sociedad Española del Sueño, el 70% de los ancianos consume habitualmente hipnóticos y el 17% asegura que no puede dormir si no recurre a este tipo de medicamentos.
"Los hipnóticos son efectivos sólo en casos de insomnio agudo y tomados durante un tiempo limitado (4-6 semanas), pero los especialistas nos estamos encontrando con muchos casos en los que se llevan consumiendo a diario durante 20-30 años", señala el experto de la SEN. Son relajantes musculares que "pueden empeorar las apneas, producir más caídas en las personas mayores" y, según las últimas investigaciones, "su consumo crónico se asocia a mayor riesgo de deterioro cognitivo". Además, son cómplices a la hora de perpetuar el insomnio. "Con el paso del tiempo se desarrolla tolerancia, pierden efecto y crean dependencia". Dentro de una sociedad medicalizada, coinciden los especialistas consultados por EL MUNDO, lo más fácil es prescribir, renovar y mantener un fármaco que se sabe no es tóxico, aunque no hay investigaciones más allá de los cuatro meses de tratamiento.
Resulta fundamental acompañar la medicación inicial (el 90% de los insomnes toma antidepresivos y ansiolíticos conjuntamente) con un programa para reeducar (existen unidades del sueño que ayudan a este tipo de personas) al paciente e integre hábitos de higiene en su día a día. Por ejemplo, evitar comidas abundantes, desarrollar una rutina antes de acostarse, ir a dormir y despertarse a la misma hora, evitar las siestas, relajarse, no beber alcochol, no ver la televisión antes de acostarse... Y, por supuesto, practicar ejercicio aeróbico regular, que, dada la literatura científica publicada, mejora la calidad del sueño en las personas con problemas para dormir.
Así como el ejercicio ayuda a mejorar el descanso nocturno de las personas con insomnio, también ofrece ventajas en otros trastornos del sueño. Uno de los más frecuentes, la apnea (interrupción momentánea de la respiración durante el sueño). Tal y como argumenta Hernando Pérez, "la actividad física está relacionada con un aumento del tono muscular, aliviando el problema de los ronquidos y combatiendo la obstrucción de las vías aéreas". También trabaja contra la obesidad, otro factor predisponente al descanso inadecuado por la noche. "La grasa se acumula por la zona del cuello y puede obstruir el paso del aire".
En España, reflexiona el presidente de la SES, "tenemos un problema de horarios en comparación con otros países europeos", que ajustan mejor sus estilos de vida a los ritmos de luz y oscuridad. Sería interesante modificar, además de hábitos individuales, otros más generales, como "los husos horarios, que correspondieran con una hora menos. O adelantar la emisión de la programación de máxima audiencia".
Tanto a la población general, como a los sanitarios como a los políticos "nos invade el concepto de que el sueño no es un fenómeno biológico". Falso. Se ha demostrado que dormir es una actividad absolutamente necesaria. Durante el sueño se ponen en marcha diferentes funciones fisiológicas imprescindibles para el equilibrio físico y psíquico, como el proceso de aprendizaje y memoria, una eliminación 10 veces más eficaz de los residuos de las células cerebrales o la restauración de la homeostasis del sistema nervioso central y del resto de los tejidos.
ANEXO:
'Thatcher', un gen clave para deslumbrar durmiendo poco
- ¿Por qué a algunas personas les basta con cuatro horas de descanso y otras necesitan más de ocho? Son distintos cronotipos reconocidos ya por los expertos y la respuesta parece que está en la genética. En los últimos años se ha visto que ciertos genes determinan cuánto dormimos y a qué hora lo hacemos. Por ejemplo, un gen bautizado Thatcher parece ser responsable de que algunos individuos tengan necesidades de sueño breve, es decir, que "durmiendo cuatro horas funcionen perfectamente", expone Diego García-Borreguero, director del Instituto de Investigaciones del Sueño en Madrid. En el estudio donde se describe el papel de dicho gen, realizado por un equipo de Genómica Aplicada de Filadelfia, se pone de relieve, además, que con sólo cuatro horas de descanso, este perfil de personas muestra un nivel de rendimiento mayor en ejercicios mentales. Como ejemplo, la ex primera ministra británica Margaret Thatcher, a quien el gen p.Tyr362 debe su nombre, ya que trabajaba 20 horas al día y dormía sólo cuatro. En esta línea de investigación, los científicos también han descubierto que este gen "actúa sobre los canales de potasio de las células cardiacas (que son los que van a determinar el momento de contracción de dichas células), produciendo alteraciones en los canales e incrementando el riesgo de cardiopatías", argumenta el especialista español. Dormir menos de cinco horas diarias "eleva la mortalidad y el riesgo cardiovascular entre dos y tres veces más", puntualiza García-Borreguero. Esto significaría que este aumento de probabilidades de sufrir enfermedades del corazón por parte de quienes duermen menos viene determinado por mecanismos genéticos, no sólo por el hecho de tener menos horas de sueño. Conocer más sobre la relación entre genética y sueño ayuda a identificar proteínas defectuosas a partir de las cuales podrían desarrollarse nuevos fármacos que en un futuro bloqueen procesos anómalos del sueño o del corazón.
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