Muchas películas, carteles, tiendas y restaurantes no habrían estado adronadas y no serían lo mismo si un tal Georges Claude no hubiese patentado los tubos de neón hace justo 100 años.
Basándose en experiencias previas, este físico francés se dedicó a aplicar descargas eléctricas dentro de un tubo que con gases inertes (que no suelen reaccionar con otras sustancias).
Gracias a esa corriente, se producía luz. Si el gas usado era neón, se iluminaba el tubo con un intenso color rojo, que se podía ver incluso de día. La ciudad de París empezó a usarlas en sus calles, a principio de los años veinte. Sin embargo, la incipiente sociedad de consumo estadounidense fijaría sus ojos en el invento francés.
En 1923, Claude vendió un par de carteles de neón a un comerciante de coches: Packard. Se iniciaba la era publicitaria del neón, que ha durado hasta el uso generalizado de los led (diodos de emisión de luz), más eficientes, limpios y duraderos.
Tanto unos como otros se basan en el principio por el que, al aplicar una corriente a una determinada sustancia química, los electrones del átomo 'saltan' de órbita. La sustancia queda 'ionizada'. Cuando el electrón vuelve a su zona original, se desprenden fotones, es decir, luz.
El color de la luz depende de la frecuencia con que vibre. Para ello se utilizan diferentes sustancias. Desde el rojizo neón, al violáceo del argón.
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