martes, 24 de febrero de 2015

Jobs por Jobs, la historia (Parte 3)

Un artista... Semejante declaración puede sorprender a quienes desconozcan que Jobs, a pesar de no haber completado la enseñanza universitaria en ningún campo, se consideraba desde niño "una persona de letras" a la que, además, le gustaba la electrónica. A Isaacson le contó algo que le había enseñado uno de sus héroes, Edwin Land, a quien echaron de su propia empresa, Polaroid, como le sucedería al mismo Jobs en Apple. Land abogaba por personas capaces de situarse "en la intersección entre las humanidades y las ciencias, y decidí que eso era lo que yo quería hacer", afirma Steve Jobs.
La entrevista con Daniel Morrow, en la Smithsonian Institution, ofrece más variaciones sobre el mismo tema. Jobs declara que "hay muy poca distinción entre un artista y un científico o un ingeniero de alto calibre (...). [Son] personas que siguen diferentes caminos pero tienen el mismo objetivo, que es expresar algo de lo que ellos perciben, la verdad a su alrededor, para que otros puedan beneficiarse de ella". De hecho, recuerda al equipo que creó el Macintosh como un grupo de potenciales poetas o músicos que encontraron en la informática "una nueva forma de expresión para sus talentos creativos".
Transcurre el mes de abril de 1995 cuando Jobs, fuera ya de Apple y embarcado en la aventura del cine de animación por ordenador en Pixar, responde a las preguntas de Morrow y, algo poco frecuente, accede a comentar asuntos personales como su infancia. Cuando su padre adoptivo le enseña a "construir cosas" y le menciona casi de pasada que existe la electrónica, Silicon Valley era en su mayor parte una extensión de "huertos de albaricoques y de ciruelas", evoca.
Jobs se describe a sí mismo de chaval como un superdotado de libro. Su madre, que era más bien fría con él, se tomó al menos la molestia de enseñarle a leer siendo muy pequeño, de manera que al llegar al colegio se aburría de lo lindo y sólo encontraba algo de diversión haciendo todo tipo de trastadas que le costaron más de una expulsión. De no ser por un par de profesores que le dedicaron tiempo extra, admite, "habría acabado en la cárcel".
La conversación en la Smithsonian le permite ajustar cuentas con John Sculley y demás ejecutivos de la nueva Apple que, a su parecer, habían anegado la compañía de valores corruptos, aparcado la cuota de mercado para centrarse en los beneficios a corto plazo y olvidado que ninguno de ellos tenía "una idea de cómo crear el siguiente Macintosh", lo que desembocaría en su regreso a casa en el año 1997.

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