martes, 11 de noviembre de 2014

¿No hace un poco de calor aquí? Nah, sólo 150 millones de grados...

En Saint-Paul-lez-Durance, en las estribaciones provenzales de los Alpes, entre valles boscosos, el río Durance y el parque natural de Verdon, una poderosa coalición multinacional construye un cofre que un día guardará en su interior un Sol en la Tierra, que brillará a 150 millones de grados con un solo gramo de tritio. Cuando terminen el cofre, lo cerrarán, encenderán el sol y tirarán la llave al mar.
En realidad, el formidable recinto de hormigón y acero que contendrá el primer reactor de fusión del ITER (International Thermonuclear Experimental Reactor) en Cadarache no necesita llave alguna, porque no tendrá puertas. Cuando la obra esté concluida, en torno a 2019, el edificio quedará sellado al vacío, sin acceso alguno de entrada y salida. Nadie debería volver a ver su interior, excepto a través de las cámaras de control, hasta el día en que sea desmantelado, en torno a 2050.
Para la reacción de fusión es necesario evacuar todo el aire y polvo ambiental en la vasija del reactor y su aislamiento criogénico. Si fuera imprescindible acceder al edificio «habría que cortar un bloque de la pared», explica ante una maqueta el director general adjunto de ITER, el español Carlos Alejaldre, responsable de calidad y seguridad (en el doble sentido, Safety, Quality and Security). Las operaciones en el reactor se harán con grúas y brazos robóticos.
De momento, bajo el amable sol mediterráneo, se acumulan etapas de cemento y hormigón, recién concluidos en agosto los cimientos antisísmicos del reactor. El complejo tendrá 39 edificios. El ITER es un inmenso solar del futuro, que sólo se puede vislumbrar en planos.
El objetivo es una reacción de fusión para generar energía «abundante, barata y limpia», en un tipo de reactor llamado Tokamak. El proceso se inspira en el Sol, que fusiona ingentes cantidades de hidrógeno. Pero lo que ocurrirá en el ITER, no será igual. «La luz que recibimos del Sol tarda ocho minutos en llegar hasta nosotros, pero es el producto de una reacción que ocurrió en su núcleo hace casi un millón de años», explica Alejaldre. En el núcleo del Sol hay temperaturas de unos 15 millones de grados y en su superficie, unos 6.000 grados.

EL SUEÑO DE LA FUSIÓN

En el Tokamak habrá una reacción nuclear opuesta a la de las centrales de fisión en funcionamiento. En éstas, los átomos pesados de uranio «se rompen» y liberan abundantes partículas. En la fusión se unen dos átomos ligeros para crear uno más pesado. El combustible serán dos isótopos de hidrógeno: deuterio (abundante en el agua de mar) y tritio (muy escaso, al ITER se lo suministrará un reactor canadiense). El átomo de deuterio tiene un protón y un neutrón; el de tritio, un protón y dos neutrones. Al unirse forman un átomo de helio (gas inerte), con dos protones y dos electrones, liberando energía y un neutrón.
El proceso no genera residuos radiactivos de larga vida y precisa una mínima cantidad de combustible: una carga con deuterio y un solo gramo de tritio se convertirá en plasma, a temperaturas de hasta 150 millones de grados, sometido a corrientes eléctricas creadas por inducción mediante campos magnéticos generados por 10 toneladas de electroimanes.
El plasma confinado en la vasija gira a gran velocidad, elevando su temperatura mientras los átomos colisionan, se unen y se desprenden neutrones. La meta es que el reactor produzca 10 veces más de la energía que consume. Esperan lograrlo dentro de unos 15 años.
Hasta ahora, el mayor éxito de fusión fue en septiembre de 2013. En los laboratorios National Ignition de Lawrence Livermore (EEUU), calentando el plasma con láseres, lograron una «ganancia de energía superior a uno». El reactor ITER se diseñó para consumir 50 megavatios y producir 500.
Pero el Tokamak de Saint-Paul-lez-Durance jamás suministrará energía a la red eléctrica. «No. Es un reactor experimental. No está diseñado para la producción», aclara Alejaldre, que explica que funcionará durante breves periodos, con una sucesión de arranques y paradas consecutivos: «Los disparos o descargas, tendrán una duración entre 300 y 500 segundos en una primera fase, en los que se consumirá (quemará) menos de un gramo de tritio. En una fase posterior se puede llegar hasta 3.000 segundos. El tiempo entre descargas o experimentos será de una media hora y la idea es investigar de una manera continuada durante al menos dos turnos de trabajo».
«Es un primer paso. El siguiente será la construcción de un nuevo reactor, un prototipo que llamamos DEMO, que sí podría producir energía para el consumo, mediante turbinas movidas por vapor generado con el calor. Todavía no se sabe quiénes, ni cómo, ni dónde se hará, aunque tengo la percepción de que China está muy interesada. No nos sorprendería que diera el paso adelante para construir el DEMO, incluso antes de acabar esta etapa experimental», indica el científico.
El experimento ITER es una máquina de producir conocimiento. «Es el acuerdo: cada país fabrica determinados elementos, investiga y desarrolla la tecnología necesaria. Pero todos comparten con todos el conocimiento y la experiencia para que cada uno de los países socios esté al final en condiciones de construir con seguridad y garantías en su territorio sus propios reactores de fusión».

FARAONES DEL SIGLO XXI

La escala es la de una obra faraónica. El gran edificio que alberga el Tokamak se apoya en otra enorme instalación contigua de ensamblaje. El reactor usa tres sistemas para generar campos magnéticos: 18 bobinas toroidales (80.000 kilómetros de superconductores) cubren las paredes de la vasija; hay un solenoide en el eje central y seis bobinas horizontales que abrazan la estructura para crear un campo poloidal. Estas son tan grandes, de ocho a 24 metros de diámetro, que no se pueden transportar. Tendrán que ensamblarlas en el sitio.
El ITER costará más de 15.000 millones de euros. Se han construido carreteras especiales desde el puerto de Marsella (a 70 kilómetros, aunque la ruta elegida, por los puentes y zonas de paso, son 104 kilómetros). Por ellas circularán vehículos de hasta 10,4 metros de alto, de hasta 33 metros de largo y de hasta 9 metros de ancho, con cargas de hasta 800 toneladas. Se prevén 257 convoyes excepcionales.
 Toda esa desaforada magnitud encaja con el peculiar nacimiento del proyecto, engendrado en la cumbre del deshielo entre el presidente de EEUU Ronald Reagan y el último presidente de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov. Fue en Ginebra, en noviembre de 1985, con el presidente francés François Mitterrand y la primera ministra británica Margaret Thatcher. El líder soviético propuso un proyecto internacional para desarrollar la energía de fusión con fines pacíficos. La URSS estaba en ello desde los años 50. Tokamak es un acrónimo de palabras rusas: «cámara toroidal con bobinas magnéticas».
El proyecto ITER lo forman siete socios: Unión Europea, Estados Unidos, China, Rusia, Japón, India y Corea del Sur. La UE (28 naciones) participa con un 45,4%. Los otros seis, con el 9,1% cada uno. Parte de las aportaciones al presupuesto son «en especie». Cada uno construye componentes específicos según encargos acordes con sus porcentajes y capacidad tecnológica. La organización exige que cada elemento cumpla rigurosamente niveles de calidad y precisión, pero si algún socio gasta mucho más, o menos, produciendo sus encargos, el coste es un asunto interno.
Los socios de ITER eligieron la sede por unanimidad. La candidatura de Tarragona planteada por el Gobierno de Aznar fracasó frente a Cadarache. Vandellós no tenía apoyos cuando en noviembre de 2003 se eligió a la candidata europea. Finalmente, en junio de 2005,Francia venció a Japón en la batalla internacional por acoger el proyecto y Cadarache fue seleccionada en detrimento de Rokkasho.
En Cadarache hay otras instalaciones nucleares y un pequeño Tokamak. «Los habitantes de la zona saben que esto no comporta riesgos como los de una central nuclear», asegura Alejaldre. «No es que no haya radiación alguna. Sí la hay, dentro del reactor, de baja intensidad. Los paneles metálicos se 'activan' con los neutrones liberados y se van sustituyendo. Si hubiera una fuga, sólo podría ser un mínimo de gas que se diluiría en el aire».
El agua para enfriar el sistema será depurada («no tendrá radiación») y reciclada. Y Alejaldre esgrime un último argumento de garantía: «El edificio donde trabajarán los científicos estará frente al reactor, a muy pocos metros. Ellos saben lo que hacen. ¿Qué más prueba de confianza puede haber?».
http://www.elmundo.es/ciencia/2014/11/02/5453c06322601d42028b457e.html

Listos para aterrizaje en... ¿un cometa?

A casi 500 millones de kilómetros de la Tierra hay una nave espacial a punto de hacer historia. El próximo 12 de noviembre la sonda Rosetta intentará llevar a cabo una misión que, si logra completar con éxito, representará un hito en la carrera espacial. Algunos científicos incluso comparan su trascendencia con la de la llegada del hombre a la Luna.
Tras 10 años viajando por el espacio, el pasado 6 de agosto esta nave de la Agencia Espacial Europea (ESA) entró en la órbita de un cometa llamado 67P/Churyumov-Gerasimenko, al que acompaña ya en su viaje hacia el Sol.
El miércoles a las 9.35 horas, la sonda Rosetta liberará el pequeño robot que lleva a bordo (denominado Philae) para intentar que lleve a cabo el primer aterrizaje sobre la superficie helada de un cometa. Lo hará anclándose a él con la ayuda de unos crampones no muy distintos a los que se utilizan para la nieve.
«Cuando soltemos el robot, estará a una distancia 22 kilómetros del cometa. Descenderá a una velocidad de 0,18 metros por segundo», explica Laurence O'Rourke, coordinador de operaciones científicas de Rosetta, durante un encuentro con los principales responsables de esta misión celebrado en el Centro Europeo de Astronomía Espacial (ESOC), en Villanueva de la Cañada (Madrid).

Un descenso de siete horas

Para saber si la separación del robot se ha llevado a cabo con éxito, habrá que esperar 28 minutos y 20 segundos, que es el tiempo que tardará en llegar a la Tierra la señal de confirmación que enviará Rosetta. El robot empleará siete horas en recorrer los 22 kilómetros que le separarán de la superficie del cometa. Serán siete horas de infarto. Porque una vez que se libere de la nave principal,Philae hará el descenso en caída libre, sin propulsión y sin posibilidad de hacer ninguna maniobra para corregir su trayectoria. Durante esas siete horas, el robot tomará fotografías y llevará a cabo experimentos, recogiendo muestras del polvo, del gas y datos del plasma.
La misión Rosetta ha levantado una gran expectación entre la comunidad científica y entre las agencias espaciales de todo el mundo por sus ambiciosos objetivos, tanto desde el punto de vista tecnológico como científico. Porque de la misma forma que la piedra Rosetta permitió descifrar los jeroglíficos del Antiguo Egipto, los astrofísicos esperan que esta nave espacial les ayude a entender cómo se originó el Sistema Solar hace unos 4.500 millones de años.
Los científicos creen que los cometas conservan parte del material a partir del cual se formaron los planetas. Se podría decir que estos objetos celestes son algo así como los fragmentos o ladrillos que no llegaron a utilizarse en la construcción de los planetas. Han seguido vagando por el Sistema Solar conservando ese material prístino. «Se cree que son reliquias, objetos primigenios que no han sido alterados y están compuestos básicamente por agua, rocas, polvo y materiales orgánicos», explica Miguel Pérez de Ayúcar, científico de la misión Rosetta. «Es muy importante conocerlos porque se cree que la mayor parte del agua de la Tierra proviene de cometas como éste. Y los materiales orgánicos que contienen podrían haber sido determinantes para el origen de la vida en nuestro planeta», añade el investigador.
Durante esta década viajando a través del Sistema Solar, la nave Rosetta ha completado cinco vueltas al Sol, se ha aproximado tres veces a la Tierra y una a Marte, desde donde cogió impulso para llegar al cometa. Durante su periplo, visitó dos asteroides: Steins, en 2008, y Lutetia, en 2010. Después, estuvo hibernando durante dos años y medio para ahorrar energía hasta que los científicos la despertaron el pasado mes de enero para que se dirigiera por fin hacia el cometa.
Por ello, la fase más apasionante comenzó en julio, a medida que la nave se acercaba al cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko, bautizado así en homenaje a Klim Churyumov y Svetlana Gerasimenko, los astrónomos ucranianos que lo descubrieron en 1969 desde Kazajistán. El 6 de agosto, Rosetta entró en la órbita del cometa.
«Cada día hay sorpresas», dicen los investigadores de la ESA. Para empezar, subraya Matthew Taylor, responsable científico de la misión Rosetta, 67P/Churyumov-Gerasimenko no es como pensaban: «El núcleo es visualmente bastante espectacular. Y no tiene mucho hielo, sino que es más bien polvoriento», explica.

El 'perfume' del cometa

Sus instrumentos han determinado que la temperatura del cometa es de unos -70ºC. «Hemos podido estudiar ya su actividad y cómo interactúa con el Sol. Incluso Rosetta ha revelado ya lo que llamamos el olor del cometa. Su perfume. Una mezcla de amoniaco, azufre, metano y alcohol», añade Taylor.
La forma de este objeto celeste también les ha sorprendido. Consta de dos lóbulos unidos entre sí que recuerdan, según los científicos, a un patito de goma. «No esperábamos un objeto así. Tiene dos bloques: la cabeza y el cuerpo están unidos por una zona intermedia que llamamos el cuello, que es una zona muy activa.Constantemente se están desprendiendo gases del cometa», explica Pérez de Ayúcar mientras muestra una maqueta de 67P. «El cometa rota (su periodo de rotación dura 12,4 horas) por lo que va recibiendo iluminación del Sol por diferentes partes», añade.
Elegir el lugar del aterrizaje no ha sido tarea fácil porque la superficie de 67P, al que definen como «un mundo bello pero dramático», está llena de obstáculos e irregularidades que suponen todo un reto para Philae.
Los científicos de la ESA han tardado meses en tomar una decisión, que se ha basado en las imágenes y datos que ha ido recabando Rosetta a medida que se aproximaba a su núcleo. Finalmente se han decantado por un lugar situado en el lóbulo más pequeño que han llamado J y que por votación popular -y siguiendo con el guiño al Antiguo Egipto-, ha sido rebautizado esta semana como Agilkia. Así se llama una isla del sur de Egipto que acoge un complejo de edificios -entre los que se encuentra el templo de Isis- que fueron trasladados desde la isla Philae en el siglo XX para salvarlos de la inundación provocada por la construcción de la presa de Asúan.
El punto Agilkia comprende en realidad un área de casi 1.000 metros. En esa zona la mayor parte de las pendientes son de unos 30º y tiene menos rocas que otras partes del cometa. La iluminación ha sido otro de los aspectos clave. «El robot necesita más de seis horas de luz al día para recargar sus baterías solares y poder hacer más ciencia»dice Laurence ORourke. «Cuanta más luz, más vida». Además, las siete horas que durará el descenso es un periodo relativamente corto que no implica un consumo excesivo de la batería primaria que lleva.
Pese a que consideran Agilkia el lugar más favorable, no será hasta el mismo día 12 cuando los científicos darán luz verde a la liberación del módulo tras comprobar desde el Centro de Operaciones de la ESA (ESOC) en Darmstadt (Alemania) que todo está listo. Un mínimo error de cálculo en la trayectoria podría echar al traste el aterrizaje por lo que, ante cualquier duda, abortarán la misión antes de liberar el robot y la pospondrán.

Un plan B

Por si acaso, tienen un plan B. Si por cualquier razón determinaran que no se puede aterrizar en Agilkia, lo intentarán en otra zona llamada C, que es la segunda opción, aunque tardarían días en corregir la trayectoria de Rosetta y en preparar el aterrizaje en ese otro enclave.
Si Philae consigue salvar los obstáculos y se ancla al cometa, empezará rápidamente a hacer ciencia. En primer lugar enviará una foto panorámica del cometa. Apenas una hora después del aterrizaje, comenzará la primera tanda de experimentos, que se prolongará durante 64 horas (es el tiempo que le durará la batería primaria que lleva).
Entre los numerosos instrumentos que lleva, destaca un taladro que le permitirá perforar la superficie hasta unos 20 centímetros. Si todo marcha según lo previsto, seguirá con el programa científico durante unos tres meses usando la energía que le proporcionarán sus baterías solares. Y es que en marzo de 2015, al encontrarse más cerca del Sol, la temperatura y la emisión de gases serán demasiado altas como para que pueda seguir investigando.
Porque pase lo que pase el próximo miércoles, la misión Rosetta continuará hasta finales de 2015, pues la siguiente fase será acompañar al cometa durante su viaje hacia el astro rey: «Estamos intentando averiguar cómo es la vida de un cometa cuando se acerca al Sol», dice Pérez de Aýucar. Ser testigo de cómo se transforman estos cuerpos celestes cuando se aproximan al Sol es el principal objetivo de esta misión, que también ha sido ambiciosa en su coste. En total se invertirán 1.300 millones de euros, de los que 300 corresponden al módulo Philae y a sus instrumentos.
«La única manera de innovar es asumir riesgos», declaró esta semana el director general de la ESA, Jean-Jacques Dordain, durante su visita a Madrid para celebrar el 50 aniversario de la cooperación espacial europea. Y Rosetta es un claro ejemplo.«Cuando planteamos esta misión, nos dijeron que aterrizar en un cometa era imposible», recordó. El miércoles a las 17 horas sabremos si se equivocaban.
http://www.elmundo.es/ciencia/2014/11/09/545e7aa9268e3ec3798b4576.html

¡Vámonos de aquí!

"No hay un plan B, porque no tenemos un planeta B". Hace poco más de una semana, el presidente del Panel Científico para el Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC), Rajendra Pachauri, lanzaba esta dramática advertencia al presentar su último informe sobre la amenaza del calentamiento global. Los más de 800 expertos que han elaborado este estudio tienen muy claro que si la Humanidad quiere garantizar su futura supervivencia en la Tierra, no hay alternativa: o se eliminan los gases nocivos de efecto invernadero para finales de este siglo, o nuestro planeta se convertirá en un mundo inhóspito, al menos para buena parte de la población mundial.

Curiosamente, la alerta del IPCC ha coincidido con el estreno mundial de Interstellar, una película de ciencia ficción que plantea el desafío real al que tendrá que enfrentarse nuestra especie en el futuro, si acabamos convirtiendo nuestro planeta azul en un páramo polvoriento. Los héroes de esta fábula cinematográfica son un grupo de astronautas que arriesgan sus vidas para buscar un 'planeta B' en otra galaxia, donde la Humanidad pueda sobrevivir tras el imparable deterioro de los ecosistemas terrestres.
El ex astronauta y actual director científico de la NASA, John Grunsfeld, ya lo decía hace unos meses en una entrevista: "Si queremos asegurar la futura supervivencia de la Humanidad, antes o después tendremos que dejar la Tierra. Es prácticamente seguro que en algún momento nuestro planeta sufrirá el impacto de un asteroide devastador. Además, es casi una certeza que el clima cambiará hasta el punto de convertir la Tierra en un lugar inhabitable, ya sea por causas naturales o provocadas por nosotros".
Y también resaltamos lo que dijo Stephen Hawking para explicar por qué, en su opinión, merece la pena invertir miles de millones en la exploración espacial: "Podría evitar la desaparición de la Humanidad gracias a la colonización de otros planetas". El autor de Historia del Tiempo y El gran diseño considera que en un mundo amenazado por peligros como el cambio climático o la posibilidad de un conflicto nuclear, "la raza humana no debería poner todos sus huevos en la misma cesta, o en el mismo planeta; esperemos poder evitar que la cesta se caiga antes de haber esparcido la carga".

Ciencia real y ciencia ficción

Desde que en 1995 el astrónomo suizo Michel Mayor descubrió el primer planeta hallado fuera del Sistema Solar, se ha comprobado que hay muchas otras posibles tierras ahí fuera. De hecho, los expertos en este campo pujante de la astronomía calculan que sólo en nuestra galaxia existen 100.000 millones de planetas, de los cuales 10.000 millones se encuentran en zonas consideradas habitables (es decir, ni demasiado cerca ni demasiado lejos de su estrella).
Por lo tanto, no es descabellado concluir que, tal y como propone el guión de Interstellar, probablemente existan otros mundos donde haya surgido la vida, en los que nuestra especie podría encontrar una nueva casa cósmica en el futuro.
El gran desafío, por supuesto, son las descomunales distancias astronómicas que tendríamos que atravesar para llegar a un planeta extrasolar (Alfa centauri, la estrella más cercana a nuestro sol, se encuentra a 4,3 años luz). Para superar este obstáculo, los protagonistas de la película recurren a un agujero de gusano, una especie de túnel en el espacio-tiempo que permite realizar un atajo cósmico entre dos puntos lejanos del universo. Sin embargo, aquí la película entra de lleno en el terreno de la ciencia ficción. Los agujeros de gusano, aunque teóricamente pueden existir según la Teoría de la Relatividad General de Einstein, jamás se han detectado, y probablemente la idea de viajar a través de ellos en una nave espacial le haga rasgarse las vestiduras a más de un físico.
Pero en cualquier caso, más allá de su mayor o menor fidelidad a la ciencia real, Interstellar es un maravilloso canto a la exploración del espacio, un espectáculo visual prodigioso que refleja un reto al que antes o después tendrá que enfrentarse nuestra especie. Ojalá la belleza hipnótica de sus imágenes nos ayuden a tomar conciencia no sólo de la fragilidad de nuestro actual hogar planetario, sino también de la necesidad de seguir explorando el cosmos para garantizar nuestra futura supervivencia en otros mundos.
http://www.elmundo.es/ciencia/2014/11/11/5461dec3e2704e39158b4575.html